Doctor
Rogers González
Médico por vocación, sanador por elección.


Soy el Dr. Rogers González
Médico general de profesión … pero, sobre todo, médico de vocación. Desde pequeño, sin saberlo, mi camino ya se estaba trazando. Mi padre solía llenar nuestra pequeña biblioteca con libros y enciclopedias de medicina. Los dejaba en la mesa de noche, en el comedor, como si esperara que yo los encontrara. Curiosamente, nunca lo vi leer uno, pero en varias ocasiones me habló de su deseo frustrado de haber sido médico.
Vivíamos en una época sin internet, sin televisión satelital, y esos libros eran una ventana a otro mundo. Muchas veces los hojeé con curiosidad. Creo que la semilla que él sembró con tanto anhelo germinó cuando, al graduarme del colegio, decidí estudiar medicina. Era el orgullo de mis padres. Yo también lo sentía así. Quería ayudar, sanar, acompañar con empatía, ciencia y humanidad.

Qué sucedió?
Durante la carrera, sin embargo, esa ilusión comenzó a desdibujarse. No fui el estudiante más brillante. La inmensa cantidad de información, protocolos clínicos y exigencias académicas me abrumaban.
Casi no había espacio para hacer preguntas, para dudar o pensar diferente. Era como estar en un régimen militar, obedeciendo órdenes de personas que muchas veces se sentían más dioses que docentes. Y lo que en un principio era pasión, se fue llenando de frustración. Poco a poco, empecé a alejarme de ese ser humano que quería ser.
Cuando me gradué, llegó el siguiente golpe de realidad. Ya no había profesores ni especialistas que respaldaran mis decisiones. Era yo, solo, frente al sistema.
Ingresé al mundo de la salud convencional. Trabajé durante años en clínicas, EPS y centros médicos donde el tiempo para atender a un paciente era de apenas cinco o diez minutos. Las jornadas eran interminables, los turnos mal pagados y, lo más duro, muchos de los tratamientos que debía aplicar no respondían realmente a las necesidades del paciente, sino a protocolos fríos, muchas veces desactualizados, dictados más por intereses comerciales que por sentido común o evidencia clínica. Y no solo me estaba alejando del tipo de medicina en el que creía… también me estaba alejando de mí mismo.
El ritmo de trabajo era tan absorbente que ya no tenía tiempo para mi familia, para ver crecer a mis hijos, para sentarme a comer con calma o simplemente descansar. Me dolía hablar de salud, cuando yo mismo vivía enfermo de estrés, frustración y ausencia. Fue entonces cuando comencé a buscar respuestas. Me adentré en el mundo de la medicina alternativa e integrativa: homeopatía, medicina biológica, sueroterapia, terapia neural, entre otras. Y encontré algo distinto… un enfoque que devolvía la esperanza. Que miraba al ser humano como un todo: cuerpo, mente, emociones e historia. Que respetaba los ritmos del organismo y sanaba desde la raíz.
Aun así, había algo que me detenía: el miedo.
Con deudas, una familia a mi cargo, una esposa y dos hijos, creí que no tenía otra opción que volver al empleo estable. Ingresé a una IPS, buscando seguridad. Pero lo que encontré fue otra gran desilusión. Un día, me pidieron que redujera injustificadamente los servicios médicos a pacientes postrados, mientras me exigían otorgar una enfermera domiciliaria 24 horas a una mujer completamente funcional, solo porque era la madre de la gerente de una importante EPS en Villavicencio.
Esa fue la gota que rebosó el vaso. Me negué. Denuncié el caso ante las autoridades. Y, como suele suceder cuando uno se opone a lo injusto, me premiaron con una carta de despido.
Creí que había aprendido la lección. Conseguí empleo en una IPS de medicina alternativa. Pensé: «Este era el cambio que necesitaba». Por fin trabajaría en lo que amaba. Pero fue solo un leve destello. A pesar de tener más tiempo con mis pacientes, seguía siendo un empleado. Y de manera sutil, me hacían entender que el verdadero objetivo era vender, no sanar.

El cambio
Pasaron los meses. Me redujeron el salario, las horas… y la dignidad.
Un día, con 40 años cumplidos, me miré al espejo y me pregunté:
«¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Qué ejemplo le estoy dando a mis hijos? ¿Qué clase de hombre y médico quiero ser?»
Ya hacía tiempo no me sentía médico. Me sentía vendido, desconectado de mi propósito. No podía seguir así. No quería volver a emplearme. Ese día, sin plan, sin dinero y sin red de seguridad, tomé la decisión más valiente de mi vida: renunciar.
Así nació METANOIA. No como una empresa, sino como un proyecto de vida. Un espacio donde puedo practicar la medicina con la que siempre soñé. Aquí soy libre para escuchar, sentir, sanar. Sin relojes que marquen el fin de una consulta, sin recetas vacías, sin jefes que limiten el corazón.
Hoy acompaño a mis pacientes con presencia, con herramientas reales, con conciencia. Y lo mejor: volví a casa. Ahora tengo tiempo para mi familia, para mi salud, para mi propósito. Porque todos merecemos una segunda oportunidad. La mía fue elegir un nuevo camino. Y si estás leyendo esto, tal vez también estés listo para dar ese paso.
Bienvenido a METANOIA. Aquí sanamos diferente. Aquí sanamos de verdad.